LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA. NUEVA ECONOMÍA Y VIEJOS CONCEPTOS

LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA. NUEVA ECONOMÍA Y VIEJOS CONCEPTOS

En estos tiempos en el que nadie puede negar la relevancia del “aprendizaje a lo largo de toda la vida” ni el papel decisivo que juegan las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TICs) como soporte. Vivimos en un mundo en continua transformación donde los “supervivientes” ya no son los más fuertes sino los más capaces de adaptarse, es decir, los que aprenden a cambiar. Todos concuerdan en que el conocimiento viene con fecha de caducidad y aún más, en la profesión contable nos agrade o no, la tecnología hace ya tiempo que juega un papel preponderante, inundándolo todo. Debemos precisar que no nos referimos únicamente a Internet. Dependemos de la tecnología para adquirir los insumos, para fabricar productos, para ofrecerlos en el mercado, para venderlos y asegurarnos de la satisfacción del cliente, para controlar todo el proceso y generar información útil y que sea utilizada para tomar decisiones.

 
Está ahí aunque no la veamos y, en el futuro, la presencia y relevancia de las TICs sólo va a aumentar tal como lo sostiene Javier Martínez Aldanondo en su artículo “La nueva Educación para la Sociedad del Conocimiento” (Julio del 2004). En él se indica que el 80% de las tecnologías actuales estarán obsoletas en los próximos 10 años, y sí que debemos tomar nota de ello porque la profesión contable es la que más sufre el impacto del Avance Tecnológico. Por tanto, debemos considerar que los Planes de Estudios de las Facultades de Contabilidad deben ser flexibles para ir cambiándolo permanentemente. Esto no sucede ya que existen varias razones, apenas advertidos:

 

La primera de ellas es que tenemos un problema grave en lo relativo a que pretendemos que aprendan los jóvenes estudiantes. Enseñamos muchas cosas que no sirven y dejamos de lado aquello que realmente es esencial para vivir. De aquí se deriva un segundo problema que consiste en COMO tratamos de que aprendan.

 

Desde hace ya mucho tiempo en que se confió a las Universidades la misión de formar profesionalmente a los jóvenes. El punto de partida pasaba por considerar el conocimiento para desempeñarse profesionalmente como algo explicito, como una cosa, como un objeto fácilmente transmisible desde la personas que lo tienen (profesores) a las que lo necesitan (alumnos). Se diseñó el Plan de Estudios (como si la vida estuviese compuesta por asignaturas) e inventamos conceptos y ritos artificiales como las aulas, los exámenes, las notas, repetir curso, los créditos, la selectividad, etc. Cuanta frustración para tantos jóvenes durante tantos años.

 

La realidad es bastante más compleja. La formación profesional no consiste en aprobar asignaturas ni ocurre dentro de los muros de la universidad. El conocimiento necesario para sobrevivir profesionalmente en el mundo actual es tácito y se obtiene mediante la experiencia y la práctica, en la vida diaria y por regla general sin conciencia alguna de que se adquiere.

 

Entonces, es obvio pensar que el papel destinado a las universidades es preparar a sus alumnos para desempeñar una carrera profesional. De hecho, casi todos los títulos universitarios se corresponden, en teoría y según el nombre, con perfiles profesionales. Por ejemplo, para alguien que estudie Contabilidad para ejercer como Contador Público, que es una profesión casuística por excelencia. Y aquí viene la pregunta más importante ¿Cuántos de los profesores son Contadores Públicos en ejercicio de la profesión como tal? No muchos. ¿En que se parece la carrera de Contabilidad con el trabajo que luego desempeña un Contador Público? Prácticamente en nada. ¿Alguien iría a la universidad si no le diesen un título con el que pueda acceder al mercado laboral? Posiblemente no. Las carreras siempre se han organizado por asignaturas que los profesores “explicaban a los alumnos”. Se partía de la premisa de que el dominio de un cuerpo de asignaturas implica habilidad para resolver problemas reales. Ya conocemos las consecuencias de esta suposición: Existe una absoluta desconexión entre la formación recibida en las aulas y su correspondiente desempeño en el puesto de trabajo.

¿Qué dicen las empresas y el mundo laboral en general sobre los jóvenes profesionales que acceden a su primer empleo? Que las competencias necesarias para desempeñarse en el puesto de trabajo por desgracia no se adquieren en un aula sino en la práctica diaria y a lo largo de muchos años y que necesitan invertir mucho tiempo y dinero en enseñarles habilidades básicas ya que todo parecido entre la carrera que han estudiado y el trabajo de un profesional es pura coincidencia. Algo no funciona, es evidente.

 

Es común escuchar en el ámbito académico que se menciona repetidamente “resolución de problemas”, “aprendizaje colaborativo” o “autonomía personal y un mayor sentido crítico” pero curiosamente en las facultades ni hay cursos sobre estos temas ni se enseñan de ninguna manera. También se habla de “búsqueda de información, análisis y síntesis” como si esto fuese a suceder de manera automática por el mero hecho de acceder a Internet cuando la realidad es que la Universidad sostiene que existen las respuestas correctas, que los exámenes miden el conocimiento y que son un buen método para predecir el éxito en la vida profesional.

 

Tenemos que reconocer que la educación o formación del profesional contable ha evolucionado muy poco a lo largo del tiempo. Sobre todo si lo comparamos con la ciencia, con el comercio, con las comunicaciones, en realidad con cualquier disciplina. Los pupitres de la famosa aula de Fray Luis de León no son muy diferentes de los que utilizamos en nuestra época de estudiantes universitarios y de los que siguen vigentes hoy en día. La tónica habitual sigue siendo pizarra y borrador y esto significa que el profesor hace el 95% de trabajo. Pero lo curioso es que quien debería hacer el 95% del trabajo sería el alumno que es quien debe aprender. Quien debiese hacerse preguntas es él. ¿Alguien se imagina a un padre enseñando a montar en bici a su hijo y empleando el 95% del tiempo pedaleando sentado sobre la bici mientras su hijo mira y le escucha? Si fuera así de sencillo, ni habría deserción estudiantil ni la formación sería un negocio atractivo. ¿Qué diferencia existe entre una clase y un libro? Únicamente las posibles preguntas de los alumnos, algo poco frecuente por otra parte.

 

El modelo educativo actualmente consiste en esta fórmula: YO sé, TÚ no sabes, YO te cuento y dentro de un tiempo te pregunto (examen) si recuerdas lo que te conté. Sin embargo esto es una falacia. No aprendemos escuchando. Aristóteles lo dijo ya hace mucho tiempo: Lo que tenemos que aprender, lo aprendemos haciendo. Lo que se memoriza se olvida y sobre todo, si lo que se aprende no proviene de la experiencia propia, no se aprende y se olvida rápidamente. La máxima de la Facultad debiese ser otra radicalmente diferente: TU práctica y cuando te equivoques NOSOTROS te ayudaremos. Primero la práctica, luego la teoría, algo que suele resultar difícil de aceptar.

 

Llegados a este punto indica Javier Martínez Aldanondo me atrevo a hacer una afirmación apabullante: Poquísimos profesionales seríamos capaces de aprobar al día de hoy ni uno solo de los exámenes que hicimos durante la carrera. Lo curioso es que no parece que este hecho haya tenido una influencia decisiva en nuestra carrera profesional. ¿Por qué ocurre esto? Lo malo no es que hayamos olvidado lo que estudiamos en la facultad, lo malo es que ni siquiera lo llegamos a aprender aunque muchos no lo querrán reconocer. El cerebro tiene una enorme facilidad para eliminar lo inútil, todo aquello que no volvemos a utilizar en nuestra vida. La memoria y el aprendizaje van íntimamente ligados a las emociones. Y no parece muy emocionante ni impactante saber que durante alrededor de 15 años (lo mismo sucede en el nivel primario y secundario de educación) el papel del estudiante es el de sentarse en un aula a escuchar y coger apuntes.

 

Se requiere de manera urgente un cambio. Un cambio en lo QUÉ enseñamos y en el CÓMO lo enseñamos. Este cambio va a redefinir el papel del docente, del alumno y de los contenidos. ¿Qué le deberíamos pedir a un profesor? Que instale en los jóvenes el amor por aprender y no que les llene la cabeza de datos, de certezas y respuestas sino de preguntas. Einstein (un ejemplo de mal estudiante) decía que lo importante es seguir haciéndose preguntas. Aprender significa ser curioso, preguntarse por que. Eso no ocurre en las Facultades de Contabilidad donde lo que sirve es memorizar y donde nos miden y nos valoran por las respuestas. Se trata de pasar del habitual individualismo (“mira a tu hoja”, “no hables con el de al lado” “han entendido todos, ¿verdad?”) al intercambio, al trabajo colaborativo y las comunidades de aprendizaje. Al fin y al cabo, en la vida, en el trabajo se funciona por equipos y los problemas no tienen una sola solución correcta.

 

Y aquí debemos responder algunas preguntas importantes ¿Por qué invertir 5 años en hacer la carrera de Contabilidad para luego tener que hacer una Maestría y no finalizar los 5 años universitarios con la formación suficiente para desempeñarse como Contadores Públicos? ¿Por qué tantos Contadores Públicos acaban trabajando en labores y oficios que tienen poco que ver con lo que estudiaron en la universidad? Obviamente es mucho más sencillo tratar de evaluar mediante un examen (cuanto has memorizado) que mediante una demostración de desempeño (cuanto me demuestras que sabes hacer). Damos demasiada relevancia a las Palabras cuando lo que cuenta en la vida son los Hechos. A una universidad le debería preocupar evaluar como salen los alumnos de sus aulas y no como entran. En la vida, nos evalúan cada día los clientes, los jefes, los competidores, los colegas, la familia, etc. Por tanto, ¿Quién necesita exámenes?

Si vivimos instalados en el cambio, si los profesionales tienen que aprender continuamente porque lo que aprendieron ya no les sirve y lo que saben hoy no les servirá mañana, ¿Cómo es posible que el Plan de Estudios siga sin tocarse por muchos años?. Aprender a aprender se convierte en la habilidad clave. Sabemos lo que necesitarán los estudiantes de contabilidad cuando sean profesionales, sabemos lo que no necesitarán ni les hará falta y sabemos que una parte no la podemos predecir por culpa del propio cambio. Por tanto, lo primero es consensuar el currículum y adaptarlo, lo segundo es hacerlo flexible y revisarlo continuamente, y lo tercero es cambiar la forma en que tratamos de que los futuros profesionales aprendan.

 

¿Tendría sentido pedirles a las Autoridades Universidades que diseñasen el nuevo Plan de Estudios para la sociedad del conocimiento o nueva economía? Pensamos que no, al menos no para llevar la iniciativa de su diseño aunque lógicamente si el de su impartición. ¿Y pedírselo a los organismos rectores de la profesión contable? Tampoco. Esta es una tarea compleja donde tienen que implicarse todos los agentes sociales (docentes, alumnos, egresados, profesionales en ejercicio, autoridades, empresarios, etc.) y donde la tecnología debe jugar un papel fundamental, aunque llenar las facultades de ordenadores no va a solucionar el problema. Lo malo es que apenas existe conciencia de que necesitemos cambiar algo o no queremos asumir a conciencia el reto.